“Ni en dioses, reyes ni tribunos…”

JESÚS GARCÍA FERNÁNDEZ
La nefasta gestión que se está haciendo de la crisis económica, apoyada únicamente en unas medidas de austeridad que han recaído fundamentalmente en las clases medias y en los sectores más débiles de la ciudadanía, ha sido el principal ataque que ha sufrido el régimen democrático instaurado en nuestro país tras la dictadura franquista. La agresión resulta aún más cruel cuando la corrupción está instalada a sus anchas en la vida pública y los instrumentos de control arbitrados para combatirla resultan a todas luces insuficientes.
El descontento de la ciudadanía se ha trasladado a la calle en multitud de movilizaciones convocadas y apoyadas por las centrales sindicales, partidos de izquierdas, mareas y plataformas varias. 

La respuesta en las urnas también ha hecho su presencia en las elecciones europeas: incremento importante del voto a los partidos de este signo político, irrupción de formaciones de nuevo cuño de sesgo más o menos populista y abstención masiva de los tradicionales votantes de los dos grandes partidos que copan las instituciones del país desde los años ochenta. En Cataluña y en el País Vasco, la apuesta ha sido por las vías soberanistas.

Centrándonos en la izquierda, los inesperados resultados electorales de Podemos han encendido las alarmas en el PSOE y en IU que, en comunión con otras fuerzas políticas extraparlamentarias, han encontrado en la abdicación del rey Juan Carlos un nuevo elemento catalizador del sentimiento de rebeldía hacia un sistema político y socioeconómico al que la crisis ha destapado sus vergüenzas, que ha azuzado el tradicional y latente republicanismo de la izquierda social, pero que también les ha servido como claro refuerzo de una identidad que sienten amenazada ante los recién llegados. Hay un fuerte componente emotivo y una añoranza de lo que pudo haber sido y no fue…, eso sí, hace ochenta años, que, sin duda, tiene su hueco en nuestro corazón, pero que no debe hoy, con la que está cayendo, ocupar nuestra mente.

Asistimos a un momento político transcendente: el primer cambio en la Jefatura del Estado tras la muerte de Franco. Este nuevo elemento que convulsiona la vida política durante estas semanas, siendo importante, no es, ni de lejos, el principal reto que hoy se le presenta ni a la sociedad española ni a la izquierda de nuestro país. Culpabilizar de nuestro déficit democrático a la forma política del Estado recogida en la Constitución denota un enfoque distorsionado del problema. La izquierda no puede quedarse ahí, debe ir trabajando en la búsqueda de consensos programáticos para, de cara a los resultados que obtenga en próximas elecciones, que sin duda serán más elocuentes que los de las elecciones europeas, acometer algunas reformas constitucionales de una trascendencia práctica mucho mayor.

Sin ánimo de ser exhaustivo, en primer lugar, habría de reescribirse el artículo 135 de la Constitución, referido al control del déficit en las Administraciones Públicas y modificado con nocturnidad y alevosía por el PSOE y el PP. Ahora que el PSOE parece volver del lado oscuro, esperemos progresos sobre el particular. A continuación podría abordarse la redefinición del papel de la Iglesia Católica en la sociedad española, su financiación, su patrimonio y su relación con el Estado. Hasta aquí entiendo que no habría problema ninguno de cara al acuerdo, a pesar del “vade retro Satanás” expresado reiteradas veces por el PSOE cuando ha gobernado.

En otro orden de cosas, se podría revisar la ley electoral. A la mayoría nos gustaría elegir al Jefe del Estado, pero de momento nos conformaríamos con poder elegir a los miembros del Congreso de los Diputados, derogando una ley electoral hecha a la medida de los partidos mayoritarios y que premia a los partidos nacionalistas periféricos. Vamos, lo obviado por archiconocido de “una persona, un voto”. Otro asunto a tener en cuenta es la anacrónica pervivencia de los derechos históricos del País Vasco y de Navarra, los denominados territorios forales. La existencia de haciendas propias distorsiona el sistema fiscal de todo el Estado. Según unos, su origen se pierde en la noche de los tiempos. Para otros, quizás más documentados, obedece a pactos con monarquías no precisamente parlamentarias. Ninguna de las dos versiones debería ser óbice para llegar a un acuerdo en la materia. Podría enmarcarse este debate en el del necesario redimensionamiento cualitativo y cuantitativo de la organización territorial y administrativa del Estado y, de paso, puede aprovecharse para evitar costosas duplicidades e inútiles veleidades. Sin duda, el ideario internacionalista de la izquierda será de gran ayuda al respecto.

Está claro que la Constitución necesita reformas, pero lo que necesita de forma urgente es que su contenido actual se cumpla: La economía debe estar subordinada al interés general, los ciudadanos y ciudadanas han de tener un trabajo y una vivienda dignos, la educación y la sanidad públicas han de ser universales y de calidad, las pensiones han de ser las adecuadas y los servicios sociales han de estar suficientemente dotados, el sistema fiscal ha de ser justo y redistributivo, la igualdad ante la ley y frente a las urnas debe ser efectiva, la Justicia ha de ser independiente, y la vida pública debe expulsar y condenar la corrupción.

Con la delicada situación económica y social que tenemos, con un sistema político en crisis, es la izquierda la que tiene que asumir la responsabilidad de la que otros hacen dejación. Una vez más, es a los que más hemos luchado por la democracia, los hombres y las mujeres de la izquierda, a los que nos toca de nuevo defenderla. Precisamente es ahora cuando hay que mantener la cabeza lo suficientemente fría y no dejarse seducir por los cantos de sirena. La construcción de la democracia en nuestro país es un trabajo serio, diario, sin estridencias, demagogias o populismos. Recordemos la letra de La Internacional: “Ni en dioses, reyes ni tribunos…”, tampoco en tribunos…, no lo olvidemos. Cuando tengamos esto claro, el debate sobre el Título II, dedicado a la Corona, tendrá más luz.