8 de Marzo: Iguales y diferentes, a la vez

Hace escasas fechas ha muerto la gran actriz María Asquerino, una mujer que tuvo por lema público de su vida, y expresado en numerosas ocasiones en entrevistas, que ella siempre fue una mujer libre, y que por ello había pagado un alto precio de soledad. Protagonizó la película“Surcos”, una de las cumbres fílmicas españolas en los años cincuenta. En esta cinta, de estilo realista, salen muchos personajes femeninos, y se puede ver sin enmascaramientos cuál era la realidad de quienes hoy son nuestras abuelas.
Una de ellas recibe dos bofetones de su marido en un momento de la trama, en el calor del hogar, en el comedor-cocina-cuarto de estar, delante de una amiga que había llegado con ella de la calle, quien le dice: “Eso no es nada, a mí la última vez que mi marido me dio tuve para ocho días de cama”.
De la España de Franco a la actual, nos decimos, hay un enorme trecho, rubricado finalmente con la ley integral contra la violencia de género que aprobó el gobierno Zapatero. Es cierto, las leyes garantizan hoy, oficialmente, la igualdad de las mujeres con los hombres en todos los ámbitos sociales y laborales, hay juzgados específicos de violencia de género, un teléfono oficial para denuncias de esta... pero resulta que el año pasado han muerto sesenta y cinco personas de género femenino a manos de sus parejas sentimentales o familiares. Seguimos teniendo sentencias judiciales por las que ciertos violadores ven reducidas sus condenas gracias a argumentos peregrinos que se resumen en el famoso “van provocando” o“no es para tanto”.
Y en esto cantó Toni Cantó. El actor -ex “chica”Almodóvar, lo que le hacía parecer hombre progresista y demás-, diputado por Unión, Progreso y Democracia y para más inri, miembro de la comisión parlamentaria de Igualdad, abrió la boca para asegurar, con total desparpajo e indocumentación como después ha reconocido, que la mayoría de las denuncias de agresiones a mujeres son falsas y que hay tantas porque la Unión Europea da tres mil euros por cada una de ellas. Al poco se desdijo pidiendo perdón porque no “había contrastado unos datos que eran erróneos”. Siguiendo la costumbre de nuestra democracia monárquica, no ha dimitido de ningún cargo.
Sin embargo, las mujeres en España todavía no son iguales en un ámbito que aparentemente comparten sin discriminaciones, dado que la ley es igual para hombres y mujeres, como es el laboral. En realidad, esa discriminación está empeorando, pues según el estudio ”Crisis y discriminación salarial de género”, elaborado por CCOO, entre 2008 y 2010 la brecha salarial entre hombres y mujeres ha aumentado de 5.292 a 5.745 euros anuales. Es decir, los hombres tienen un salario medio mayor que las mujeres, subiendo en unos respecto a otras de 28 a 29,1 puntos porcentuales.
Además, a igual trabajo, las mujeres tienen que trabajar 62 días más que un hombre para lograr la misma retribución salarial anual por un trabajo equiparable. Y si se profundiza en las características de los diferentes tipos de contratos y empleos, hay que resaltar que las mujeres suponen el 69,5% de la población asalariada que recibe ingresos inferiores al SMI (sobre los 650 euros al mes), pero solo suponen el 26% de la población que gana más de 8 veces el SMI (alrededor de 5000 euros al mes).
El 8 de marzo, pero también el 7 y el 9, es decir, todos los días del año, deberíamos plantearnos que en un mundo sacudido por la crisis económica y por enormes problemas de pobreza e injusticia, y que en una península Ibérica con dos países intervenidos -uno, Portugal, oficialmente, y otro, España, oficiosamente-, las mujeres pagan más “el pato”como colectivo de la situación económica que atravesamos que los hombres en tanto grupo social. Antes de la crisis, no eran iguales, y ahora lo son menos, en el ámbito laboral, un mundo que nos ocupa una parte importantísima de la vida, tanto en tiempo como en objetivos vitales. Además, el trabajo está en íntima relación con la vida familiar, de ahí que en los últimos años se debata e incluso se legisle (también) sobre la conciliación de la vida laboral y la vida familiar.
Vida pública/vida privada
Y este es un campo en el que la protagonista sigue siendo la mujer, el del hogar. A la hora de ocuparse de la casa y de la crianza de los hijos, las mujeres son las que están al mando, como se ve en la frase tantas veces repetida por varones casados: “En mi casa quien manda es mi mujer”. Es decir, ese ámbito privado sigue siendo, “naturalmente”, el nicho ecológico de las mujeres, aunque la sociedad haya aceptado que a la vez trabajen fuera del hogar, en el mundo público: en las oficinas, en las fábricas, en los comercios...
Los hombres emparejados han comenzado a ser más participativos en el hogar, pero su presencia sigue siendo auxiliar, y en general no es porque no quieran compartir, sino que la inercia de la tradición les mueve, al igual que a las mujeres con quienes comparten su vida, a no saber muy bien cómo cambiar los papeles de toda la vida que son en los que fueron educados. Porque las cosas se vuelven complejas cuando se trata de acompasar la vida hogareña con la laboral de forma equitativa, una complejidad que bien se puede ejemplificar cuando sólo se puede atender un trabajo en la familia -sea porque las hijas o hijos demandan un mayor cuidado inexcusable, bien porque el empleo sólo aparece para la mujer-. Una situación que descoloca profundamente al hombre de la casa, que aunque se acepte remueve muchas cosas en el interior de las personas.
Otro ejemplo sobre esa conciliación es la de los hijos varones a quienes sus madres les suplen en todas las actividades caseras, permitiendo el desarrollo pleno de las carreras escolares o laborales de los mismos. De ahí los rasgos casi traumáticos que supone para un hijo encargarse de todas esas labores si de ve abocado a estudiar en otra ciudad o trabajar lejos de su casa de origen.
La conciliación de la vida familiar y laboral todavía no es algo que se haya resuelto globalmente en nuestra sociedad, porque en el fondo se sigue practicando lo que las teóricas han llamado el feminismo de la igualdad, es decir, que debe ser la mujer la que debe adaptarse para llegar a la completa igualdad de condiciones de las que tradicionalmente viene disfrutando el hombre como protagonista de la vida social, política, económica y del poder que pueda haber en esos apartados. Aquí podemos comentar el hecho de que las mujeres directivas en las grandes empresas en España, las que forman el famoso IBEX35 de la Bolsa, es del 12% del total de consejerxs, y la media es de menos de 2 consejeras de los 14 integrantes que suele tener un Consejo de Administración. Lo que está unos dos puntos por debajo de la media europea, aunque la Comisión Europea ha dictaminado como meta obligatoria que de aquí al 2020 se deben incorporar 14 mujeres cada año al total de esos consejos de administración del IBEX35 para lograr una presencia femenina del 40%..
Feminismo de la diferencia
Sin embargo, la presencia de la mujer en el mundo laboral a menudo ha conllevado que esta asuma el estilo de trabajo, tanto en las empleadas en general como en las directivas y jefas, el estilo masculino, incluso yendo más lejos a la hora de ser profesionales, o en su caso, injustas, en su trato con las personas compañeras o subordinadas. Como se ha dicho tantas veces, “una mujer tiene que demostrar ser el doble de buena en su trabajo para que la valoren al menos la mitad que a un hombre”. Es una forma de tener presencia en la vida pública que se ha denominado la masculinización de la mujer en el ámbito público.
Frente a esta igualdad que es la ahora imperante cuando se logra efectivamente, que plantea una mujer que trata de adaptarse a los moldes tradicionalmente masculinos, los cuales sólo evolucionan para dejar sitio a las mujeres en un mundo construido desde la mirada del hombre -con los valores conocidos-, ha surgido el llamado feminismo de la diferencia, que plantea que, aparte de que hombres y mujeres gocen de los mismos derechos legales y sociales, las mujeres también puedan tener presencia en la vida pública con otros valores, los que han venido asociándose al género femenino, desde la ternura al cuidado, desde el mayor desprecio al uso de la violencia en las relaciones de poder a la reivindicación de la maternidad.
Esa puesta en valor de los rasgos más específicos de las mujeres dentro de la vida pública de las sociedades y países implica a su vez que los hombres dejen atrás los peores valores que tradicionalmente han sido su patrimonio, como el uso de la agresividad y la violencia, la dominación como forma de relación social y otros rasgos típicamente masculinos forjados a lo largo de siglos.
Se trata, en suma, de avanzar juntos, iguales y diferentes a la vez, hombres y mujeres, a una nueva forma de coexistencia muy republicana: es decir, igualitaria a la par que de libertad de unos y otras, y solidaria y fraternal en el trato humanamente recíproco.